Mientras se hacía de día sus sollozos coronaban mi almohada. Su aliento me acariciaba la nuca.
Y al darme la vuelta, sus benditas pestañas a un palmo de mi cara. Esa impactante imagen fue la causante de mi emergente sonrisa.
Poco a poco se levantaron sus párpados, respiró hondo y al verme tendida a su lado, sonriendo, se le contagió la sonrisa.
Buenos días.