jueves, 18 de junio de 2009

El frío aliento de un oculto candor.


Ella se le acercó sin dejar de clavarle la mirada. Se puso a escasos centímetros de su cara mientras él la miraba con los ojos confusos y abiertos sin entender porqué ella lo miraba de esa manera y porque se atrevía a romper aquella intimidad.

No cabían en sus ojos más miedo. Él no podía dejar de mirar sus labios porque su mirada le hacía daño a la vista, le volvía vulnerable. La situación no podía ser más extraña para ambos. Y ella respiraba fuerte, mientras su pecho se movía rápido y se incrementaba la velocidad. Era como si el aire entre los dos no fuera el suficiente. Como si ella estuviera luchando por dentro contra ella misma.

Él se quería mover y romper aquella tensión, pero estaba paralizado por la reacción de ella. ¿Por qué?

Ella comenzó a llorar y sus lágrimas resbalaban por sus mejillas, mientras el aire fresco de la noche les movía el pelo, y les enfriaba a ambos la piel de los brazos y el cuello. Él comenzó a parpadear y quiso que parara, que ella dejara de una vez de llorar, pero él no podía reaccionar y no hacía nada. Le crecía un nudo en el estómago que sse volvía más y más grande cada vez que la veía mirándole con los ojos empapados en impotencia. Cada vez que veía como sus labios no dejaban de resoplar porque le costaba coger aire.

El viento hacía que el pelo de ella le acariciase el cuello y transportase su olor. Un olor dulce que le atormentaba los sentidos. Todo era tan confuso. Y el aire cada vez les erizaba más la piel.

Entonces ella apretó los labios intentando parar de respirar tan fuerte, y era como si los gritos salieran por sus ojos. Le puso una mano sobre el hombro mientras él seguía impactado, y se dio cuenta de que ella estaba temblando. Ella se fue acercando poco a poco con los ojos llorosos a él, gimiendo mientras apretaba los labios. Se acercaba con los ojos cerrados con fuerza y la cara empapada, sin parar de temblar y apoyó suavemente su cabeza sobre el cuello de él.

Gimoteaba sobre él mientras él seguía inmóvil ante tanto dolor y se le erizaba la piel del cuello en contacto con sus lágrimas. El olor de su cabello lo mareaba, y solo era capaz de cerrar los ojos e inhalar profundamente aquel aroma.

Ella no contuvo más su llanto y gritó. Lloraba a lágrima viva sobre su hombro y él con un escalofrío en el cuerpo despacio la rodeó con sus manos para consolarla. No sabía muy bien como hacerlo así que fue muy incómodo, pero era lo que creía que debía hacer. Ella se apresuró y le apretó fuerte contra sí, apretando con sus dedos su espalda, con miedo a que él se convirtiera en humo y se desvaneciera en cualquier momento.