jueves, 21 de mayo de 2009

Hasta luego.


En su casa de Montevideo. Allí nos deja una de las celebridades más humanas de la poesía.
Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia.
Ni un nombre menos de los cinco que le pusieron. Ni un año menos de los 88 que vivió, sin su octogésimo octavo verano.

Allí nos dejó, en Uruguay. Pero nunca dejará de revolotear en nosotros con cada uno de sus versos. En cada sensación, cada sonrisa, en cada pelo que me erizó y en cada enseñanza que aprendí con sus palabras.

Tan corto el encuentro. Y ahora que por fin aprendía de un poeta vivo... nos deja.

Ayer leyendo sus poemas en el Inventario este me llamó la atención:


Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la misera y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.


Mario Benedetti.


Grande entre los grandes, nunca se marchará del todo.

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