viernes, 9 de noviembre de 2012

Jardines secretos

Uno de nuestros mayores errores es perder el tiempo con quien no quiere estar con nosotros y no disfrutar  de la compañía de aquellos a quienes hacemos felices con poco. 

Aprender a ser felices con lo que tenemos, debería ser nuestra máxima.

Después de un año fuera, a miles de kilómetros de mi familia y amigos, ahora disfruto de otra manera el estar en casa. No se que haré ni donde estaré el año que viene. Aún menos imagino donde estaré el resto de mi vida. Pero lo que sí se es lo rápido que pasa el tiempo y lo rápido que cambiamos nosotros. Mis hermanos crecen tan rápido. Mis padres tendrán seguramente una visión más aguda de todo esto, de lo rápido que hemos crecido todos y lo rápido que ha pasado el tiempo. 

Ahora que he vuelto a casa, me abrumaba mucho al principio la atención de los pequeños. Me hablan constantemente, me piden ayuda, yo estoy a cada rato encima de ellos intentando que no sean tan descuidados, pierdo los nervios... Aún así, en los escasos dos meses que llevo en casa, he visto cambios en ellos. He visto que intentan imitar muchas de las cosas que les digo o que les aconsejo. La semana pasada salí con ellos al cine para celebrar su cumpleaños ya que he estado semanas ocupada con un trabajo y no pude atenderles entonces. Era tan fácil estar con ellos. Reír alto y con ganas, llorar, correr por la calle, salir a comer, hacer tonterías sin ningún tipo de vergüenza y verles reír igual. Ver que se sienten bien cuando les presto atención. Que se sienten importantes de alguna manera porque su hermana mayor, la que les está todo el rato echando el discurso, la que siempre intenta dar ejemplo para que sean más limpios, más cuidadosos, más cultos, más tolerantes y más críticos,  también lo pasa bien estando con ellos.  Cuando pienso que podría estar perdiéndome esto, que podría perderme como crecen y como se forman como personas en lugar de estar influyéndoles, pienso en lo rápido que podría desaparecer todo. Mañana podría pasarme algo a mí o a ellos. A mis padres. Nuestro mundo podría caerse a pedazos, podría pasar una catástrofe meteorológica, una guerra o cualquier cosa que complicase nuestras vidas y nos marcase para siempre. Y entonces me acordaría de estos momentos en los que estamos bien, en los que quizás, precisamente por eso, yo no era capaz de darme cuenta de lo afortunada que soy y de todas las cosas que puedo hacer. 


Hoy los dos pequeños me han llevado al parque a enseñarme a montar en bicicleta. No se por qué, al principio me entró una risa nerviosa, se me iba el aire y me mareaba, me dolía el pecho. No fue hasta un buen rato después que me tranquilicé, gracias al enano. Tengo 21 años, estoy en el último año de carrera, se conducir desde hace 3 años, tengo coche y no se montar en bici. Cuando tenía 17 años un amigo intentó enseñarme y me caí tres veces, con tal mala suerte que me hice un montón de heridas en las palmas de las manos y dejé de intentarlo. Luego, este año volví a intentarlo una noche con otro amigo en Viena, pero aunque pedaleaba bastante, siempre acababa por perder el equilibrio, y allí estaba de nuevo mi risa nerviosa.    Hoy, al principio, ni siquiera era capaz de mantenerme en los pedales. Mi hermana agarraba por un lado y mi hermano por el otro y cada vez que conseguía desplazarme un poco, mi hermano corría como loco y me decía que iba bien, que ellos tardaron semanas en aprender. Tras varias horas, seguía sin aprender a montar pero ya al menos podía mantener mejor el equilibrio y conseguía recorrer tramos cortos sola. 

A veces estamos tan obcecados con nuestras propias obsesiones y deberes que no somos capaces de disfrutar de las cosas más simples. La familia es algo con lo que siempre estaremos unidos de alguna forma. Es algo que mucha gente no puede disfrutar por diferentes razones, desgraciadamente. Algo que debemos de cuidar con todas nuestras fuerzas. 

Esta tarde después del parque he ido con Ahinoa a comprar plantas para mi balcón. Quiero llenarlo de esperanza. Siempre me ha parecido maravilloso como las plantas incluso después de marchitas o secas, con un buen cuidado, pueden volver a florecer. 

Siempre he pensado que el amor ha de ser algo así. Algo que nace de repente y que tiende a morir con el descuido y las condiciones meteorológicas adversas. Pero algo capaz de renacer y de adaptarse a los climas  más difíciles.


El balcón de Gerhard en Graz (Austria)













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