lunes, 14 de marzo de 2011

Billete a tierra firme

Cuando es de noche en alta mar, todo es absolutamente inmenso.
Se desdibuja el horizonte. No hay más ruido que el vaivén del océano y sus corrientes. Corrientes que te arrastran en un círculo vicioso. En el que luchas por mantener el aire que te queda en los pulmones. Tan solo un par de segundos más.

Te aferras con fuerza a las ruinas de tu voluntad. Y no hay nada que te aliente. El miedo y la cortante humedad te paralizan. Solo puedes dejarte llevar por las corrientes, resguardando el aire.
No entiendes donde quedó el cielo, lleno de estrellas, tan lejos de ti. Tampoco desde donde mira la luna.


Y entonces, un haz de luz te ciega, y caes hundiéndote entre las profundidades de la marea. Creyendo que el oxígeno ya no te brinda una tregua y empiezas a desfallecer. Sales a flote en un último esfuerzo, donde te ves rodeada por otro haz de luz. Y te das cuenta… de que no son las pocas fuerzas que te quedan lo que te ciega. No es la fátiga.

Es un faro.
Un faro indicándote la vuelta a casa.
La tierra firme.
Un lugar donde caminar no supone esfuerzos, donde el agua no te recubre las pestañas.


Eso es. El faro que me recuerda constantemente que existe una tierra firme. No necesito un barco que me auxilie. Solo a alguien capaz de estar ahí. Capaz de devolver la luz cuando tenga el agua hasta el cuello. De devolverme la razón para seguir el camino. De devolverme poco a poco mi esperanza mojada y hundida.


Las ganas de darlo todo. De luchar.









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