No está.
Ninguno está.
De nuevo, una vez más, sólo quedamos mis demonios y yo.
Pero esta vez las penas han quedado al fondo, muy al fondo. Bajo tierra. Y ya no soy tan capaz de oír bien sus vibraciones desde la superficie. Habré perdido oído o puede que por una vez no se me de tan mal eso de ignorar. Ahora solo me limito a tenderme sobre ellas para abrirme al sol y a sus caricias. Y escuchar los trinos de las golondrinas que me vuelan por encima. Fuera de las limitaciones terrenales, pasando a ras de de las penas para acabar alzando al infinito las alegrías.
Mucho tiempo sin vernos, Verano. Querido amigo.
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