lunes, 27 de mayo de 2013

Sanadoras

Entonces se dio cuenta de lo poco que importaban aquellos detalles que solían atormentarla casi a diario.
En el momento justo después de que se le fuera la vida por la boca, estaba totalmente paralizada. Le costaba centrarse, le dolía la cabeza del esfuerzo y respiraba  bastante tranquila . Tenía los ojos algo caídos y aún un poco hinchados de tanto llorar de impotencia. Su cuerpo era ahora un mar en calma, con ondas suaves.  Se dio cuenta de que las lágrimas estaban hechas de una sustancia especial que nacía de dentro. De una chispa provocada por una gran emoción que no aguantaba estar recluida entre paredes tan enjutas. Salían como sale una ambulancia, veloz y dispuesta a sanar. Y recorrían mejillas, cuello, clavículas, incluso  hombros si hiciera falta para que el cuerpo pudiese caer en ese hechizo tranquilizador y se convirtiera en la suavidad de la marea. Sin mayor estorbo que el horizonte. Sin mayor tensión que la brisa.

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